Por Felipe Cuevas y Matías Guerrero
Integrantes de Modatima
En la columna anterior se hizo una descripción del escenario mundial sobre las motivaciones para acelerar el recambio de la matriz energética en los países del norte global a expensas de los impactos ambientales que traerán para el sur global y las limitaciones de estas medidas. Esta columna pretende ser un complemento de la anterior, bajo una reflexión enfocada en la soberanía energética, con propuestas de acciones surgidas desde los movimientos sociales y la sociedad civil para incidir en las instituciones gubernamentales y dar luces de cómo incorporar estas nuevas fuentes energéticas a nuestra matriz de manera eficaz.
En el contexto energético actual, el debate ausente (y urgente), que debería plantearse en nuestra sociedad debe girar en torno a tres preguntas: ¿Por qué se debe producir energía? ¿Para qué queremos producir energía? y ¿Cómo queremos producir energía?
Ante esta falta de ejercicio crítico (y ante la creencia que las respuestas a estas preguntas son evidentes), es claro ver la facilidad con que proliferan los llamados “megaproyectos energéticos”: Grandes parques eólicos o solares que se comienzan a distribuir a lo largo y ancho de nuestro país. Nuestra diversidad geográfica que permite encontrarnos con zonas con los índices de radiación más altos del mundo como ocurre en el extremo norte y con los fuertes vientos del extremo sur, lo que da la potencialidad para la generación de energía solar y eólica, lo cual trae como consecuencia la posible producción de Hidrógeno verde a bajo costo.
Lo que se omite en todo este “desarrollo” económico energético son las consecuencias ambientales y cambios en la forma de vida que afectan (o afectarán) principalmente al mundo rural. Porque si hay algo que tenemos que tener claro es que en la globalización emergen tensiones, al tener que coexistir en un mismo espacio una gran multinacional con una comunidad pobre.
La soberanía energética y elementos para la discusión
Cuando hablamos de soberanía hablamos de poder, por lo tanto, la soberanía energética nos obliga a hablar del poder que subyace en la energía y en quién radica ese poder. Más allá de la soberanía del Estado, tenemos derecho como individuos, comunidad y como pueblo a tomar nuestras decisiones respecto a la generación, distribución y consumo de energía, y que estas sean apropiadas a las condiciones ecológicas, sociales, económicas y culturales, siempre y cuando no tengan repercusiones negativas a terceros.
La soberanía energética hace que las lógicas de consumo de energía cambien ya que se hace desde una mirada compleja: Se fomenta la participación ciudadana (por lo cual es necesaria la alfabetización energética), pero también se incorpora a los demás agentes involucrados. Las comunidades tienen el derecho a definir la cantidad y tipos de energías necesaria para sostenerse a sí mismas, y a los recursos necesarios para mantenerlas. Para que los pueblos tengan prioridad sobre un bien común energético se debe superar la disyuntiva entre lo público y lo privado.
Un modelo energético de este tipo trae como consecuencias como: el ahorro y uso eficaz de la energía. El respeto a la soberanía de todos los pueblos. Y que los impactos ambientales que vayan a ocurrir se consensuen y contemplen para futuras medidas de mitigación o compensación (No escapamos a las leyes de la termodinámica).
Es importante considerar con una política energética; ¿a quienes benefician sus resultados? y ¿a quienes impactan sus efectos? El papel que tiene las nuevas energías en nuestro modelo requiere de un análisis sobre la economía y ecología política del desarrollo: avances que no consideren una economía solidaria y justa, con beneficios locales y territoriales para las comunidades y un estándar alto en materia ambiental, está condenada a sepultar nuestras comunidades y ecosistemas.
Sin una normativa incorporada en nuestro marco judiciario en materia ambiental que sea capaz de regular o controlar los impactos de las operaciones de esta matriz energética novedosa, como el hidrógeno verde o de las extracciones del litio, es contradictoria con avances que protejan nuestros ecosistemas sobre todo en las contingencias climáticas. Es necesario someter estas “nuevas” tecnologías a controles que permitan la convivencia con la naturaleza, sin que, se levanten como promesas que terminen por caer por su propio peso.
Una política de energías renovables que oriente sus ganancias del proceso de producción energético en beneficiar a las mismas élites político-económicas del país, sin formar una estructura tributaria hacia las comunidades, los actores socio económicos locales, sin tributos directos a las instituciones encargadas de generar políticas de equidad territorial, da como resultado una acción similar a los extractivismo que se han instalado históricamente en Chile y en Latinoamérica.
Nuestras consideraciones de proyecciones para un modelo de este tipo son las siguientes:
Hay que aprovechar las fuentes de energía en el lugar donde se generan y utilizarlas en su forma primaria, para minimizar las pérdidas durante su transporte. No es necesario convertir todo en electricidad o en hidrógeno.
El uso de la energía mecánica del viento y del agua para mover engranajes es una excelente alternativa para moler granos o triturar materiales. Para la energía solar, que es principalmente térmica, se puede usar para crear cocinas y hornos solares o para producir agua caliente lo cual es útil para fines sanitarios. En áreas con alta insolación, se pueden usar espejos solares para así fundir metales y alcanzar altas temperaturas requeridas en procesos industriales.
Además, el aprovechamiento de plantas, tanto cultivadas como silvestres, para producir bioplásticos y sintetizar compuestos utilizados en medicinas y diversos reactivos industriales, es una solución sostenible y responsable. El uso de residuos orgánicos en biodigestores para producir biogás también es una excelente alternativa para múltiples aplicaciones energéticas y materiales.
Es importante destacar que no se va a renunciar a la producción de electricidad o de hidrógeno, nada más alejado de la realidad, necesitamos electricidad para alimentar dispositivos electrónicos y de hidrógeno en caso de que se requiera algún proceso de altas temperaturas, pero estas formas de aprovechamiento deben ser complementarias a las mencionadas anteriormente, no las principales. La moderación en el uso de estas fuentes de energía es fundamental para garantizar su sostenibilidad y evitar su sobreexplotación.
En resumen, el éxito en el aprovechamiento de energías renovables radica en una sostenibilidad bien entendida, facilitando la participación de las personas en los procesos de toma de decisiones que se encuentren dentro de las zonas en que hay fuentes de energía. La soberanía energética es un camino a trabajar, ya que logra conciliar la desconexión entre lo institucional y lo social (un problema que se avizora sin solución a corto plazo), que transforma las estructuras de poder y crea nuevas realidades, también para la energía.